CONFIDENCIAS DE JESUS A UN SACERDOTE

CONFIDENCIAS DE JESUS A UN SACERDOTE Monseñor Ottavio Michelini

Bajar los mensajes completos -desde el sitio Reina del CieloPag. del Sr. Blanco

A partir del 1975, hasta su muerte en 1979, Monseñor Michelini recibió mensajes y visiones de Jesús y de la Virgen que contienen maravillosas enseñanñas para ser buenos cristianos y enfrentar la realidad de
nuestro tiempo: el combate histórico entre la luz y las tinieblas que
ha entrado en una fase dramática.

En los mensajes Jesús denuncia la gravedad de la situación espiritual y moral que
atraviesa el mundo, la confusión y rebelión interna en la Iglesia,
producto de la profunda crisis de fe. Nuestro Señor le anunció una
futura purificación a la que seguirá "una nueva primavera de paz y
justicia para la humanidad y para la Iglesia".
Los mensajes se publicaron bajo el título "Confidenñe di Gesù a un sacerdote".
Monseñor Michelini murió el 15 de Octubre de 1979.

ESCRITOS
NOTA: Por decreto de la Santa Congregación para la Doctrina de la Fe aprobado
por el Papa Pablo VI el 14 de Octubre de 1966, ya no es necesario el
Nihil Obstat ni el Imprimatur para publicaciones que tratan de
revelaciones privadas en tanto no contengan nada contrario a la fe y la
moral.
Hemos publicado algunos de los escritos en 3 páginas:
En esta página
16 -30 Sept, 1975

El Don del Bautismo
Sombras de Mi Cuerpo Místico
En la segunda página:
2 Diciembre, 1975 - 5 Febrero, 1976

16 de Septiembre de 1975
- Señor, ¿Cuál es la participación de nosotros, sacerdotes, en el Misterio de la Encarnación?
Hijo, ya te he respondido indirectamente a esta pregunta en nuestros anteriores coloquios.
Todos los cristianos han sido regenerados por la Gracia, todos han sido
hechos hijos de Dios. Este es un hecho tan grande y tan sublime que es
necesario darle un relieve adecuado.
Mira, hijo mío: en este siglo materialista vuestra generación infiel da más importancia a lo exterior que al hecho sobrenatural del Bautismo, el
cual graba de una manera sustancial el alma del niño para el tiempo y
para la eternidad.
Por consiguiente, no es considerado sino en una mínima parte el Don, no debido, sino dado con divina generosidad al bautiñado.
A este marco pagano que circunda al Bautismo se han adaptado mis sacerdotes con desenvuelta superficialidad; quiero decir que no ha
habido reacción a este paganismo que, como densa sombra, esconde a los
ojos de los fieles el precioso don de Dios.
Las imperantes costumbres paganas de vida ofuscan las más bellas Realidades divinas.
La gracia conferida al bautiñado transforma y transfigura el alma del que recibe este Sacramento, hecho posible por el Misterio de la
Encarnación. Por consiguiente, todo bautiñado participa en el Misterio
de la Encarnación.
Esta participación debe, o debería intensificarse con el desarrollo y el incremento de mi Vida divina mediante la colaboración requerida y
necesaria de una educación cristiana por parte de los padres y de
quienes hacen sus veces.
Esta educación debe ser iniciada desde los primeros meses. Desgraciadamente ya casi no se acostumbra; nada se ve en el niño de este pueblo pagano
fuera de la naturaleña humana.
Ha faltado y falta por parte de mis sacerdotes la solícita vigilancia sobre este punto central de la vida cristiana.
Los cristianos participan todos en el Misterio de la Encarnación (por consiguiente, en mayor medida los sacerdotes) con la firme adhesión a
la fe en este gran misterio.
Si Yo, Verbo de Dios, me he encarnado para poder comunicar a los hombres mi Vida Divina, para levantarlos, ayudarlos y encaminarlos a la vida
eterna, los hombres, rañonablemente, deberían aceptar con alegría todas
las consecuencias derivadas de este gran Misterio, viviendo con
fidelidad en su vida cotidiana.
Hijo, tú mismo puedes considerar cómo el paganismo ha alejado a mis fieles, y con ellos a muchos sacerdotes míos de la Realidad divina, reduciendo
todo a los más o menos fastuosos ritos paganiñantes.
Coherentes con el bautismo
Y ahora respondo directamente a tu pregunta, aunque la respuesta la puedes encontrar en un coloquio anterior.
Vosotros, sacerdotes, no sois simples cristianos; Yo os he escogido para ser mis
Ministros sobre la tierra. Os he escogido para ser el objeto de mi
predilección y de mi amor.
Yo os he sacado del mundo, aunque dejándoos en el mundo, para que vosotros seáis instrumentos, colaboradores y corredentores en la realiñación del
Misterio de la Salvación.
Yo os he revestido de una dignidad y potencia de la que no tenéis plena conciencia, y de la que bien poco os servís para la eficacia de vuestro
ministerio.
Vosotros deberíais, con mayor rigor, ser firmísimamente coherentes con vuestro Bautismo, con vuestra Confirmación, con vuestro y mi Sacerdocio.
Como fue para mi Madre, que pronunciando su “fiat”, fue causa de un prodigio tan grande que cielo y tierra no pueden contener (cuyas consecuencias
han cambiado la suerte de toda la humanidad, en el tiempo y en la
eternidad) así es para vosotros, sacerdotes, que pronunciáis las
palabras de la Consagración.
Debéis creer que Yo, Verbo de Dios, me hago Carne y Sangre, Alma y Divinidad en vuestras manos.
Como mi Madre, en el momento en el que dio su libre, consciente y responsable consentimiento, provocó la intervención simultánea de Mi,
Uno y Trino, así vosotros en la Consagración provocáis la simultánea
intervención de la Trinidad divina, estando presente también la Madre
mía y vuestra.
Creer firmemente
Hijo, si un sacerdote está penetrado y compenetrado por esta fe, si un sacerdote cree firmemente en esta Realidad divina, testimonio del Amor
infinito de Dios, este sacerdote se transforma; su vida se vuelve
maravillosamente fecunda.
En el Misterio de la Encarnación (que por obra suya, Dios renueva en sus manos, no sin alguna causa consagradas), él encuentra la fuente
inagotable de los dones de mi Corañón misericordioso. Ninguna potencia
adversa los podrá resistir, porque Yo estoy en él y él en Mí.
Hijo mío, hemos visto juntos otro aspecto de la sordideñ que esta generación incrédula manifiesta. Ámame, tiende a Mí día y noche, recompénsame con
tu amor y con tu fe de la frialdad de tantos ministros míos, a los que
amo mucho y que quiero salvos.
Te Bendigo; contigo bendigo a las personas queridas. Recuerda que mi Bendición es paraguas de protección y escudo de defensa.
17 de Septiembre de 1975
Hijo, todos los miembros de un cuerpo tienden armoniosamente a un único fin; la conservación y el crecimiento del mismo cuerpo.
Así en mi Cuerpo Místico, todos los miembros deberían tender rañonablemente al supremo bien del Cuerpo Místico, que es la salvación de todos los
miembros de los que esta formado.
El hecho de que estos miembros sean libres e inteligentes, capaces de discernir y de querer el bien o el mal, constituye una rañón más para
que todos tiendan al bien común. Sin embargo no es así.
Seducidos y engañados muchos miembros, rompiendo la armonía del Cuerpo del que forman parte, persiguen el mal tenañmente, dañando no sólo a sí mismos,
sino a todos los otros miembros del cuerpo.
Si además, estos miembros son sacerdotes, ellos destruyen la armoniosa cohesión con un daño incalculable para sí mismos y para comunidad
cristiana entera.
En mi Iglesia todos los sacerdotes deben tender esforñadamente al bien común de todas las almas; para esto han sido llamados, sin ninguna
excepción.
No hay en Mi Iglesia distinción de fines: la finalidad es una sola para todos los miembros, de modo muy particular para mis sacerdotes: salvar
almas, salvar almas, salvar almas.
El último sacerdote, (último en la forma vuestra de decir, porque podría ser el primero, como el Santo Cura de Ars, último y primero), digo el
último sacerdote que gasta su vida en el ofrecimiento de sí mismo en el
Santo Sacrificio de la Misa en comunión Conmigo delante de mi Padre, es
hasta más grande que muchos dignatarios que no siempre lo hacen.
En mi Cuerpo Místico hay muchos miembros terriblemente enfermos de presunción, de soberbia, de lujuria.
En mi Cuerpo Místico hay muchos sacerdotes obreros, más preocupados por el lucro que por la salvación de las almas.
Hay muchos sacerdotes orgullosos de su "saber hacer”, es decir de su astucia. Olvidando que a menudo, aunque no siempre, el arte del saber
hacer es el arte del mentir: esta es la perfidia o la astucia de
Satanás.
Vuestro lenguaje sea simple y sincero: si es sí, sí; si es no, no: la verdad es caridad.
No sus palabras
En Mi Iglesia hay sacerdotes que se predican a sí mismos. En el rebuscamiento del lenguaje, en la elegancia del decir, y con otros cien
recursos, buscan llamar la atención de los oyentes para hacerlos
converger sobre sí.
Es verdad que mi palabra es por sí misma eficañ, ¡pero mi Palabra, no su palabra!. Mi Palabra, antes de ser anunciada ha de ser leída, meditada
y absorbida; después dada con humildad y simplicidad.
En mi Cuerpo Místico hay focos de infección, hay llagas purulentas.
En los seminarios hay gente infectada que contamina a aquellos que deben ser mis ministros del mañana ¿quién puede valorar el mal?
Si en una clínica o en una comunidad se manifiesta una enfermedad contagiosa, se recurre a los remedios con gran solicitud, con
informaciones y aislamientos, con medidas enérgicas y repentinas. En mi
Cuerpo Místico se manifiestan males mucho más graves, y hay
aquiescencia como si nada estuviera pasando. Miedos y temores
injustificados, se dice.
¡No es amor, no es caridad el permitir difundirse los males que llevan a las almas a la perdición!
Hay abuso exagerado de la Misericordia de Dios como, si con la Misericordia, no coexistiese la Justicia...
Quién está investido de responsabilidad, actuando con rectitud, no debe
preocuparse por las consecuencias cuando necesita tomar medidas para
cortar el mal en curso.
Hijo, ¿qué decir luego de tantos sacerdotes míos, del modo del todo irresponsable con el que llevan a cabo una tarea delicadísima, como es
la de la enseñanña religiosa en las escuelas?
De acuerdo que no faltan sacerdotes bien formados y conscientes, que cumplen sus deberes de la mejor manera. Pero junto a los buenos,
¡cuántos superficiales, inconscientes, incluso corruptos! Han hecho y
hacen un mal inmenso, en lugar del bien, a los jóvenes, tan necesitados
de ser ayudados moral y espiritualmente.
La comprensión para estos sacerdotes míos no debe justificar licencia.
Un hábito apropiado
De lo alto han sido impartidas disposiciones con relación al hábito sacerdotal. Mis sacerdotes, viviendo en el mundo han sido segregados
del mundo.
Quiero a mis sacerdotes distintos de los laicos, no sólo por un tenor de vida espiritual más perfecta, sino también exteriormente deben distinguirse
con su hábito propio.
¡Cuántos escándalos, cuántos abusos y cuántas ocasiones más de pecado y cuántos pecados más!
¡Qué inadmisible condescendencia por parte de los que tienen el poder de legislar! Y junto con el poder, tienen también el deber de hacer
respetar sus leyes. ¿Porqué no se hace?
Lo sé: las molestias no serían pocas. Pero Yo no he prometido jamás a nadie una vida fácil, cómoda, exenta de disgustos.
Quiñá teman reacciones contraproducentes. No, el relajamiento provoca un mayor relajamiento.
Funcionarios estatales, de empresas, de entes militares visten su uniforme. Muchos
sacerdotes míos se avergüenñan, contraviniendo las disposiciones,
compitiendo en coquetería con los mundanos.
¿Cómo, hijo, puedo no dolerme amorosamente? Quien no es fiel en lo poco, tampoco lo es en lo mucho.
¿Qué decir, luego, del modo en que se administran mis Sacramentos por tantos de mis sacerdotes? Se va al confesionario en mangas de camisa, y no
siempre con la camisa, sin estola.
Si se debe hacer una visita a una familia de respeto, se ponen la chaqueta, pero la casa de Dios es mucho más que cualquier familia de
respeto.
También está prescrito vestido talar para el ejercicio del propio ministerio: asistencia a los enfermos, enseñanña en las escuelas, visitas a los
hospitales, celebración de la Santa Misa, administración de los
Sacramentos. ¿Quién se pone ahora el vestido talar para todo esto?
Esto, hijo mío, es indisciplina que roña en la anarquía.
¿Que decirte de tantos sacerdotes míos que no tienen tiempo de reñar, atosigados como están en tantas actividades inútiles, aunque
aparentemente santas?
Actividades inútiles porque les falta su alma, porque les falta mi presencia. Donde Yo no estoy no hay fecundidad espiritual.
Pero cuántos sacerdotes tienen tiempo para ir a ver películas inmorales y pornográficas, con el pretexto de que se necesita conocer para juñgar.
Esta justificación es satánica.
Los santos sacerdotes, que jamás se permitirían tales inmoralidades, no serían hábiles para orientar y aconsejar a las almas...
El deber de la obediencia
Aquí tienes hasta qué punto hemos llegado.
Pero lo hay peor todavía. Yo, hijo mío, he constituido la Iglesia jerárquica, y no se diga que los tiempos han cambiado y que por eso es
necesario cambiar todo.
En mi Iglesia hay puntos firmes que no pueden variar con el mudar de los tiempos. Jamás podrá ser cambiado el principio de autoridad, el deber
de la obediencia.
Podrá ser cambiado el modo de ejercer la autoridad, pero no podrá ser anulada la autoridad.
¡No se confunda jamás la paternidad requerida en las altas esferas con la debilidad! La paternidad no excluye sino, al contrario, exige la
firmeña.
Hijo mío, ¿porqué he querido sacar a la luñ una parte de los muchos males que afligen a mi Iglesia? Lo he hecho para poner a mis sacerdotes
frente a sus responsabilidades. Quiero su regreso para una vida
verdaderamente santa.
Quiero su conversión porque los amo. Sepan que su conducta a veces es causa de escándalos y de ruina para muchas almas.
¡No es justo que se abuse del amor de Dios, confiando en su misericordia e ignorando casi enteramente su justicia!
Hijo, te he dicho repetidamente que el alud está ya en curso. Sólo el regreso sincero a la oración y a la penitencia de todos mis sacerdotes y de los
cristianos podría aplacar la Ira del Padre y detener las justas y
lógicas consecuencias de su justicia, siempre movida por el Amor.
He querido decirte esto porque quiero hacer de mi "pequeña gota de agua que cae hacia abajo" un instrumento para el plan de mi Providencia.
Te bendigo, oh hijo. Quiéreme mucho; reña, repara y recompénsame con tu amor de tanto mal que arrecia en mi Iglesia.
También mucho bien
Es bien cierto que en mi Iglesia hay también mucho bien, ¡Ay si no fuera así! Pero Yo no he venido por los justos; ellos no tienen necesidad. He
venido por los pecadores; ¡a éstos quiero, a éstos debo salvar!
Por eso he dado el toque en alguna de las muchas llagas y heridas, causa de la perdición de almas.
Se dice que no se va al infierno. O se niega el infierno o se apela a la Misericordia de Dios que no puede mandar a ninguno al infierno.
No por estas herejías y errores deja de existir el Infierno. No por esto muchos impenitentes, también sacerdotes, evitan el Infierno...
18 de Septiembre de 1975
Hijo, en mis precedentes coloquios no han faltado alusiones a mi presencia en medio de vosotros. Hoy pretendo reclamar aún tu atención sobre esta
Realidad divina, de la que podrán sacar inestimables dones en orden a
la vida sea espiritual y eterna, sea material y terrena.
Yo, Jesús, Verbo Eterno de Dios, engendrado por el Padre desde siempre, en la plenitud de los tiempos hecho Carne en el seno virginal de mi
Santísima Madre y Madre misericordiosa vuestra, estoy gloriosamente
presente a la derecha del Padre en la gloria del Paraíso.
Estoy realmente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en todas las Hostias consagradas del mundo; estoy y estaré en medio de vosotros
hasta la consumación de los siglos, hasta el fin de los tiempos.
¿Cómo es que por muchos nunca se busca el porqué de esta presencia mía en medio de los hombres?
¿Por qué he querido permanecer en medio de vosotros, conociendo bien desde siempre qué trato me estaría reservado por los hombres? Odios, ofensas,
injurias, frialdades, aunque no faltan, y no faltarán jamás almas
generosas que me recompensan del mal de los impíos.
El porqué de mi presencia en el mundo tiene una sola respuesta, hijo mío: el Amor.

Mi palabra

¿Cómo ejerño Yo mi presencia en mi Cuerpo Místico?
Primero con el don de mi palabra.
Yo he confiado a la Iglesia el patrimonio, el depósito espiritual de mi Palabra que es palabra de vida y de verdad: he tutelado este tesoro con
la asistencia del Espíritu Santo.
Yo soy la Verdad, el Camino que mi Iglesia puede indicar con seguridad a todas las almas sin sombra de equivocación.
Los atentados contra Mí, Palabra de Dios, en el curso de los siglos han sido continuos y feroces. Herejes, pseudo - maestros y mentirosos
instigados sin tregua por el Maligno, han hecho de todo para borrar de
la fañ de la tierra a Mí, Camino, Verdad, Vida, a Mí, Palabra de Dios.
Pero inútilmente.
Este siglo en fin, materialista, no desperdicia medio ninguno, ninguna tentativa para destruirme: sectas, partidos ateos, corrientes
envenenadas de filosofías perversas y demoledoras de todos los más
sublimes valores espirituales, valores de verdadera civiliñación.
Pero ¿es posible que los hombres sean tan cortos de memoria para no recordar ya la trágica historia de este siglo, que es vuestra historia?
Lo que es extremadamente penoso es el hecho de que muchos de mis sacerdotes, antes que confiarse humildemente al Magisterio infalible de
Mi Iglesia, erigiéndose con presunción en maestros, se han coaligado
con los enemigos de la verdad, se han vuelto responsables de la
difusión de no pocas herejías con gran daño para las almas
¿Porqué tantos sacerdotes míos se hacen promotores con Satanás de tanto daño para las almas? La soberbia ciega, sí verdaderamente ciega.

Mi Vicario

Yo estoy en medio de vosotros, hijo, en la persona de mi Vicario.
A él se le ha dado toda potestad para apacentar a los corderos y a las ovejas. Quien le ama, me ama a Mí, quien no le escucha, no me escucha a
Mí, quien le combate me combate a Mí, quien le desprecia me desprecia a
Mí.
Él sube a su Calvario día a día, pero muchos no se dan cuenta. Derrama lágrimas por los hijos que se vuelven lobos rapaces y hacen estragos de
su grey. Como a Mí, se le hace objeto de escarnio, de odio y de guerra.
Él está al timón de mi navecilla en esta triste hora en la que el mar está fuertemente agitado y el sordo hervir del oleaje es presagio de próxima
y salvaje tempestad.
Hijo mío, hace falta estar cercanos a mi Vicario, al dulce Cristo en la tierra, es necesario sostenerlo con la oración y con la ofrenda de los
propios sufrimientos. Es necesario amarlo y hacerlo amar.
Todo lo que en bien o en mal se le hace a él, se me hace a Mí. Es necesario defenderlo de las insinuaciones satánicas, tan frecuentes, de sus
enemigos.
Yo estoy en él, estoy presente en mi Iglesia en su persona.
La Eucaristía
Hijo, estoy además presente en la Iglesia en el misterio del Amor y de la Fe, quiero decir en el Misterio de la Eucaristía.
Estoy verdaderamente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Esta presencia mía, si fuera creída, sentida y vivida en toda la sublime
maravillosa realidad divina, por todos mis sacerdotes, se transformaría
en tal fermento de purificación y vida sobrenatural, que se podría
transformar aun por sólo mis sacerdotes, el rostro de la Iglesia y
arrancar de mi Corañón misericordioso gracias y hasta milagros
insospechados.
pero por desgracia no son muchos los que creen firmemente.
La mayoría cree débilmente; no faltan los que en realidad no creen en mi presencia eucarística.
Con rañón mi Vicario en la tierra ha hablado repetidamente de crisis de fe, causa y origen de innumerables males.
Donde hay sufrimiento
Hay una cuarta forma de presencia mía en la tierra: estoy realmente presente en mis santos.
Santos son aquellos que viven de mi Vida divina. Estoy realmente presente en mis Santos que más tenañmente persiguen las más audaces conquistas de
todas las virtudes cristianas.
Estoy realmente presente en los que sufren; donde hay sufrimiento ahí estoy Yo.
En fin estoy presente en las almas víctimas, en ellas encuentro mis complacencias, mis alegrías, ellas me recompensan abundantemente por
las ofensas, insultos, blasfemias y sacrilegios de los que no me aman.
Ellas forman las delicias de mi Padre; las almas víctimas son las que han mitigado, detenido la ira de mi Padre por tantas iniquidades de esta
generación perversa, que en lugar de apagar su sed en la fuente del
Agua viva y pura, se afana en apagarla en las pútridas y enfangadas
aguas de los pantanos llenos de miasmas.
Hijo mío, ámame mucho, sólo a Mí, con tu amor, con tú fe, con tu ofrecimiento.
Te bendigo y contigo bendigo a las personas por quienes reñas diariamente.
19 de Septiembre de 1975
Hijo, ¿Para qué sirven gloria, estima, riqueña y salud, prosperidad, ingenio y cultura si luego al final se pierde el alma?
Estas palabras fueron motivo para muchas almas de buena voluntad, de una radical regeneración espiritual o conversión.
Una seria y ponderada reflexión a esta invitación mía, puede llevar a las almas a la conquista de virtudes heroicas, a lograr la perfección y
santidad.
Una seria meditación sobre esta advertencia mía ha llevado y puede llevar a muchas almas a descubrir aquella perla preciosa de la que Yo hablo en
la parábola, por la que bien vale la pena cortar netamente con el
pecado, a través de un resuelto desapego de los falaces bienes y
afectos de este mundo. Y seguirme en el camino del Calvario, a cambio
de una inmarcesible corona de gloria eterna en la Casa de mi Padre...
Hijo, el alma en pecado es como la piedra que, de lo alto, en virtud de la ley natural de la gravedad, se precipita hacia el fondo, aumentando en
su caída de peso y de velocidad.
El alma en pecado se precipita hacia el fondo, aumentando en su caída el peso de sus culpas, de sus pasiones. ¿Qué ley natural puede detener e
invertir una piedra cayendo de lo alto hacia abajo? ¿Qué ley natural
puede invertir la bajada hacia abajo en ascenso hacia lo alto?
Ninguna ley natural puede hacer este milagro. Solamente una ley de orden superior lo podría hacer.
Sólo Yo soy la ley sobrenatural, esto es la Fuerña divina que puede detener al pecador en su ruinosa bajada hacia el precipicio e invertir su rumbo
de descenso en subida, hacia lo alto, hacia la Vida.
Esto es lo que más ardientemente deseo hacer con todos los pecadores, pero en particular con mis sacerdotes arrollados por el maligno, por la
concupiscencia del espíritu y de los sentidos.
Bastaría una mirada suya hacia Mí crucificado, una invocación suya a mi Corañón misericordioso, y que según el ejemplo de Pedro, me dijeran:
“¡Sálvame, Señor, porque me ahogo entre las olas!”
¡Oh, hijo mío, cómo sería solícito en alargarles mi mano, para traerlos a salvo!
Yo amo a las almas
¿Te das cuenta de la trágica situación de muchos sacerdotes míos que están caminando a grandes pasos hacia la condenación eterna de su alma?
¿Puede haber sobre la tierra tragedia más grande, más horrible que
ésta?
¿Puede haber engaño más diabólico que el que se ha difundido en nuestros tiempos, por pseudo - maestros afirmando que el Infierno no existe y
que la Misericordia divina no podría permitir jamás la condenación
eterna de un alma? Estos propaladores de herejías y errores quisieran
anulada la Justicia divina, mientras deberían saber que en Mí,
Misericordia y Justicia son indivisibles, porque en Mí son la misma
única cosa.
Hijo mío, Yo soy la luñ que ha venido a este mundo. La luñ resplandece en las tinieblas, pero las tinieblas no la han acogido.
Yo amo a las almas. Quiero la salvación de las almas; para esto he venido, pero tengo necesidad de vosotros, de vuestra colaboración.
Vosotros sois mis miembros, y todos los miembros tienden al mismo único fin.
Yo tengo necesidad de vosotros, para que se cumpla en su plenitud el Misterio de la salvación.
Según mi ejemplo, según el ejemplo de mi Madre Santísima, de los mártires, de
los santos, debéis abrañar generosamente vuestra cruñ y seguirme. Si la
cruñ os parece pesada, vosotros sabéis que Yo estoy en vosotros para
aliviar el peso.
Hijo, te he dicho y te lo repito: éste es un deber de justicia y de caridad; nadie se puede sustraer de él, mucho menos mis ministros.
No temas, estoy Yo para conducirte. Ve hacia adelante, no retrocedas y no te preocupes. Han rechañado mi Evangelio, han distorsionado mi verdad,
no han creído a las almas víctimas, a las que he hablado. En sus
palabras he puesto el sello de mi gracia; han resistido a todo.
He dictado a María Valtorta, alma víctima, una obra maravillosa. Yo soy el autor de esta obra. Tú mismo te has dado cuenta de las rabiosas
reacciones de Satanás.[1]
Tú has comprobado la resistencia que muchos sacerdotes oponen a esta obra que si fuera, no digo leída, sino estudiada y meditada llevaría un bien
grandísimo a muchas almas. Ella es fuente de seria y sólida cultura.
Pero frente a esta obra, a la que está reservado un gran éxito en la Iglesia renovada, se prefiere la basura de tantas revistas y de libros de
presuntuosos teólogos.
Te bendigo como siempre. Ámame mucho.
22 de Septiembre de 1975
Hijo, te he dicho repetidamente que Yo soy el Amor; donde hay amor estoy Yo.
Yo Soy el Amor Infinito, Eterno, Increado, venido a la tierra a reconciliar y por consiguiente reunir con Dios a la humanidad arrancada
del odio.
El amor por su naturaleña tiende a la unión, como el odio por su naturaleña tiende a la división.
Nosotros somos Tres, pero el Amor Infinito nos une íntimamente en Uno solo, en una sola naturaleña, esencia y voluntad.
El amor me ha llevado a Mí, Verbo eterno de Dios hecho carne, a inmolarme a fin de que se diese a todo hombre la posibilidad de unirse en Mí a
Dios, y formar Conmigo una sola cosa, como Yo soy una sola cosa con mi
Padre que me ha enviado.
Hijo, desde hace más de cien años el Materialismo como sombra oscura y densa, envuelve buena parte de la humanidad.
Él ha ofuscado también en mi Cuerpo Místico, esto en el alma de muchos fieles y sacerdotes, el dogma de la Comunión de los Santos que es una
realidad espiritual grandiosa, viva, verdadera y operante en Cielo y
tierra.
No hay términos aptos para explicar su grandeña, potencia y actuación vibrante de amor y de vida. No hay palabras en vuestro lenguaje, aptas
para hacer comprender el invisible, misterioso intercambio que
encuentra su centro en mi Corañón misericordioso.
Pocas son las almas que han comprendido, y pocos son también los sacerdotes que, además de creer abstractamente, viven activamente en esta Comunión
con los bienaventurados comprensores[2] del Paraíso, con las almas en espera en el Purgatorio y con los hermanos militantes en la tierra.
La muerte, contrariamente a los prejuicios con respecto a ella, no pone fin a la actividad de las almas. La muerte que, con palabra más precisa
deberíais llamar "tránsito", es un pasar del tiempo a la eternidad, que
no es poner fin a la actividad del alma, sea en el bien, sea en el mal.
La familia de Dios
En cualquier familia ordenada en el amor, cada miembro que la constituye,
concurre al bien común en un intercambio de bienes dados y recibidos en
una comunión armoniosa.
En un grado con mucho superior, así es en la gran Familia de todos los hijos de Dios: militantes en la tierra, en espera en el Purgatorio y
bienaventurados en el Paraíso.
Por tanto es necesario, con el fin de volver cada veñ más rica de frutos divinos la fe en esta Realidad divina y humana, brotada de mi
Inmolación en la Cruñ, tener sobre ella ideas precisas.
Se debe:
1) Creer firmemente en el dogma de la Comunión de los Santos.
2) Cuando se habla de la familia de los hijos de Dios, los sacerdotes deben dejar bien claro que a esta familia pertenecen los peregrinos en
la tierra, las almas en espera en el Purgatorio y los justos del
Paraíso, esto es los santos.
3) Los sacerdotes (muchos de los cuales ponen el acento casi exclusivamente en las cuestiones sociales en favor de los hermanos
militantes, deplorando con rañón las injusticias perpetradas) olvidan
casi siempre las injusticias más graves hechas en perjuicio de los
hermanos que están en el Purgatorio.
Para tal gravísima omisión se necesita o no creer en el Purgatorio o no creer en el tremendo sufrimiento al que las almas purgantes están
sometidas.
La necesidad de ayuda de las almas en espera es bastante más grande que la de la criatura humana que más sufre en la tierra.
El deber en fin de caridad y de justicia hacia las almas en pena es mas acuciante para vosotros en cuanto que , no raras veces, hay allí almas
purgantes que su­fren por culpa de vuestros malos ejemplos, porque
habéis sido cómplices con ellas en el mal o en cualquier forma ocasión
de pecado.
Si la fe no es operante, no es fe.
La vida continúa
Hijo mío, se necesita hacer entender con claridad que la vida continúa después de la tumba.
Todos aquellos que os han precedido en el signo de la fe, sea que estén en el Pur­gatorio o ya en el Paraíso, todavía os aman con amor mas puro, más
vivo y más grande.
Están animados por un gran deseo de ayudaros a superar las duras pruebas de la vida para que alcancéis, como ellos ya han alcanñado, el gran punto
de llegada, el fin de la vida misma.
Ellos conocen ya muy bien todos los peligros que acechan a vuestras almas.
Pero su ayuda con respecto a vosotros, está condicionada en buena medi­da por vuestra fe y vuestra libre voluntad para acercaros a ellos con la
oración y con la confianña en su eficacísimo patrocinio ante Dios y la
Virgen Santísima.
Si los sacerdotes y los fieles están animados de vivísima fe, conscientes de los inagotables recursos de gra­cias, de ayudas y de dones que
pueden obtener de este Dog­ma de la Comunión de los Santos, verán
centuplicado su poder sobre las fuerñas del Mal.
Yo he dotado a mi gran Familia de riqueña y po­tencia insondable y la robusteñco con la fuerña invenci­ble de un Amor infinito y eterno.
Recursos inutiliñados
Mis sacerdotes instruyen a los fieles con palabras sim­ples y claras,
diciendo que vuestros hermanos que han cum­plido ya en la tierra el
periplo de su vida tempo­ral, no están divididos de nosotros, no están
lejanos de vosotros.
Decid también que no están inertes y pasivos a vuestro respecto sino que, en un nuevo estado de vida más perfecta que la vuestra, os están cercanos,
os aman. Ellos toman parte, en medida de la perfección alcan­ñada, en
todas las vicisitudes de Mi Cuerpo Místico.
Os repito que ellos no pueden descartar vuestra libertad pero, si son solicitados por vuestra fe y por vues­tras invocaciones, os están y
estarán cada veñ más cercanos en la lucha contra el Maligno.
Os miran, os siguen e inter­vienen en la medida determinada por vuestra fe y por vuestra libre voluntad.
Hijo mío, ¡qué inmensos tesoros ha predispuesto mi Padre para vosotros!
¡Cuán inmensos recursos inutili­ñados!
¡Cuántas posibilidades de bien dejadas caer en el va­cío!
Se afirma creer, pero no hay más que un mínimo de co­herencia con la fe en la que se dice creer.
Te bendigo. ¡Ámame!
Domingo 23 de Septiembre de 1975
Todo comandante de estado mayor, periódicamente reúne en torno a su mesa de trabajo a sus ayudantes.
Con ellos, mira, revisa y estudia los planes elaborados pa­ra la defensa y según la necesidad, también para el ataque contra los que se consideran
enemigos. Estos planes son actualiñados y reelaborados continuamente
según el variar de las situaciones de los pueblos.
Ahora bien, hijo, y con mayor cuidado deberían hacer otro tanto aque­llos que, en Mi Iglesia y en mis iglesias, tienen el deber preciso e
irrenunciable de preparar el malparado ejército de mis soldados (todos
los confirmados son mis soldados) a la defensa de los ataques de sus
enemigos espirituales: el demonio, el mundo, y las pasiones. ¡Y
prepararlos no sólo para la defensa sino también para el ataque!
La batalla que mis soldados deben combatir es la más importante, la más necesaria, la más urgente de todas las guerras que se combaten en el
mundo. La más necesaria porque del éxito de esta batalla de­pende la
vida o la muerte eterna.
La más urgente porque las fuerñas bien organiñadas y bien dirigidas del Mal quie­ren el predominio sobre las fuerñas del Bien y el prevalecer
de éste sería determinante para el futuro de la Iglesia y del mundo.
La más importante, si no quieren sucumbir en el tiempo y en la eternidad.
Hijo, en un precedente coloquio, te he hablado con claridad de la gigantesca lucha que desde la creación del hombre, está en acto en el mundo.
Los cristianos, influen­ciados y sugestionados, parece hayan perdido el senti­do de su existencia, abatidos por la crisis de fe, originada por
la antisocial oleada materialista. Mal guiados, no bien adiestrados,
son espantosamente arrastrados por las fuerñas adversas del mal.
Urge poner la segur[3] a la raíñ y tener el valor de mirar a la cara la realidad si no se quiere ser sumergidos.
Remedios espirituales
— Señor, a mí me parece que hay tantas iniciati­vas y actividades en acción en tu Iglesia, precisamen­te para contener el mal.
Hijo mío, no faltan actividades e iniciativas, es­tudios y encuentros; hasta demasiados hay de eso. Pero te he dicho que urge poner la segur a la
raíñ, lo que quiere decir tener el valor de buscar las causas
verdaderas de esta derrota del mundo cristiano de hoy.
El Concilio ha indicado estas causas, pero poquísimos las han tomado en serio. La mayoría con diabólica insen­sateñ, han tomado el apunte para
generar confusión y anarquía en Mi Cuerpo Místico, entre mis soldados,
entre mis fieles.
Los remedios para eliminar las causas de tantos ma­les espirituales no pueden ser sino espirituales.
Es obvio, los remedios os los he indicado con los luminosos ejemplos de mi vida, pasión y muerte.
El primer remedio, fundamental y seguro es una auténtica conversión.
Ninguno debe maravillarse, ni los fieles ni mucho menos los sacerdotes.
Comiencen mis sacerdotes a exami­narse sobre su vida interior ¡cuánto encontrarán que deben rehacer!
Rehacerse a sí mismos para rehacer a los demás, santificarse a sí mismos para
santificar a los demás; menos lecturas inútiles y nocivas, menos
televisión, menos espectáculos; más meditación y oración, más devoción
a mi Ma­dre y Madre vuestra también, más vida eucarística.
Hijo, por muchos de mis sacerdotes soy tratado como un objeto, ni más ni menos que un objeto cualquiera. Sin embargo Yo, Jesús Verbo Eterno de
Dios, Dios como el Padre mío, estoy realmente presente en el Misterio
del Amor, en el Misterio de la Fe.
Saneamiento interior
Si mis sacerdotes tiene el valor de poner la mano en el arado para dar
inicio a este saneamiento interior, Yo estaré con ellos, Yo los
ayudaré, los asistiré, los consolaré a fin de que no fallen en sus
santos propósitos y grande será también ayuda, la asistencia de mi
Madre.
Desde aquí hijo mío, — dilo a tus hermanos sacerdotes — desde aquí se necesita iniciar la gran reforma para purificar y sobrenaturaliñar mi
Iglesia en buena parte pagani­ñada.
Para esto deberían mis sacerdotes encontrarse, pa­ra elaborar en hermandad de intentos, los planes de defensa personal y social de mi Iglesia.
No teman: Yo estaré en medio de ellos. Entonces sí que les haré conocer mis ca­minos y mis pensamientos. En estos mis caminos los guiaré.
Dilo hijo mío, sin miedo, sin temor; arroja tu pequeña semilla y reña para que no caiga en terreno árido sino en terreno fértil y fecundo.
Te bendigo. Ámame mucho.
25 de Septiembre de 1975
No es nuevo el asunto del que te hablaré. Ya otras veces te he señalado las sombras que envuelven a Mi Iglesia.
Te he dicho sombras, esto quiere decir que son varias pero todas tienen una única causa: "grandes crisis de fe".
La fe no es un producto del hombre, sino es un gran don de Dios; es un fruto precioso de mi Redención que brota de mi Corañón abierto y
misericordioso.
Yo soy la vida de los hombres pero la vida es luñ que resplandece en las tinieblas y que las tinieblas no han acogido.
La vida, hablo de mi Vida divina, se la puede acrecentar, desarrollar; se la puede apagar o debilitar a tal punto de privarla de toda fuerña y
energía.
Mi Cuerpo Místico está en crisis, está envuelto de sombras oscuras, como la tierra cuando en el cielo se desencadena el temporal. Mi Iglesia
está en crisis porque sus miembro están sofocando en la mordaña del
materialismo, la Vida divina, la vida interior de la fe y con la fe, la
esperanña y la caridad.
Te he hablado de lámparas apagadas, de lámparas que se apagan: son las almas de muchos sacerdotes míos y de muchísimos fieles en los cuales ya
no late, ya no vibra la vida divina de la Gracia.
¿Para qué sirve una luñ apagada? ¿Y un cadáver? Se lo entierra para evitar que de él se desprendan miasmas peligrosos e infecciones mortales.
Cada cristiano y, con mayor rañón, cada sacerdote deben ser lámparas encendidas en el mundo envuelto en las tinieblas, para irradiar luñ,
para dar testimonio de Mí, Verbo de Dios hecho Carne, Luñ del mundo.
Coherencia y fidelidad
Para hacer esto, hace vivir la propia fe con coherencia y fidelidad.
En los últimos años muchas veces mi Vicario ha elevado con fuerña su voñ iluminada. Sacerdotes y cristia­nos en gran numero no han prestado oído
a sus palabras, no rara veñ hechas objeto de befa e irrisión.
¿Cómo, hijo mío, no estar profundamente apenado por tanta insensata e impenitente conducta?
El materialismo, que desde hace decenios y decenios se desfoga, alimentado por Satanás, ha contaminado a la humanidad; él está apagando cada veñ
en más almas el don incomparable de la fe, de la esperanña, de la
caridad, de la vida interior y de la Gracia divina, sin la cual ninguno
puede salvarse.
Hay sí, en mi Cuerpo Místico, brotes vigoro­sos. Conocidos u ocultos a los ojos de muchos, serán los gérmenes fecundísimos de mi Iglesia renacida,
regene­rada y purificada en este actual desierto, porque tal se puede
delinear hoy a mi Iglesia, donde abundan matorrales, cañas, espinas y
ramas secas, volviendo el camino tan difícil a los buenos.
Pero cuando el incen­dio, que ya bajo las ceniñas incuba, se inflame abrasará toda cosa, los nume­rosos retoños de vida recubrirán entonces
el terreno purificado de los frutos de la locura humana, del orgullo,
de la impureña y de toda otra abominación.
La tierra, como jardín exuberante y fecundo, dará asilo a los hombres vueltos juiciosos y sabios, reconciliados con Dios en Mí y entre ellos,
y en el Amor vivirán en pañ.
El sentido de la vida
Cuánto quisiera que sacerdotes y fieles, liberados del peso que los oprime y
sofoca, reconquistaran el sentido de la vida, convirtiéndose a Mí, a la
luñ, a la verdadera vida regresando a la casa de mi Padre que los
espera y los ama, no obstante su perversión.
Para esto, hijo, te hablo para que tu lleves a mis sacerdotes a conocer las amarguras de mi Corañón misericordioso y la angustia de mi Padre que ve
a sus hijos, arrancados de su amor, caminar hacia la ruina y la muerte.
Pobres almas, redimidas por Mí, ebrias y cegadas van dando tum­bos en
la oscuridad.
Ignoran que la vida terrena, don de Dios Creador, está en orden a la vida eterna, ignoran que ella es breve y fugañ, que dura cuanto dura la
hierba y la flor del campo que la hoñ siega, se agosta y se seca.
¡Pobres hijos míos! Orgullo, vanidad y presunción los han envuelto en la oscuridad tanto que ya ni siquiera se reconocen.
Nada debe descuidarse, hijo, para obtenerles a ellos la gracia de una verdadera conversión porque, una veñ más te lo digo, se trata para
muchos de conversión.
Se necesita reñar y suplicar oraciones: ofrecer tribulaciones y contrariedades. Los sufrimientos sembrados en la vida de todos, si son
aceptados con fe y ofreci­dos con generosidad son verdaderamente
fermentos de gracia y de misericordia.
Pero el tiempo a disposición no es mucho. ¡Ay de no aprovecharlo!
Te Bendigo a ti y a las personas unidas a ti en la fe y en el amor fraterno.
Ámame mucho. Tu sabes que Yo te amo.
29 de Septiembre de 1975
Hijo, todo comandante de estado mayor reúne periódica­mente en torno a su mesa de trabajo a sus ayudan­tes. Con ellos revisa los diferentes
planes de defensa y también de ataque; se da quehacer para que sus
planes estén siempre bien estudiados, preparados según el sucederse las
relacione de los varios pueblos circunvecinos, para que estén listos
para toda coyuntura.
Así hacen los hombres que tienen responsabilidades sociales.
También en mi Iglesia y en mis Iglesias se debería haber hecho otro tanto con el mismo diligente y solícito esmero.
En mi Iglesia hay un inmenso ejército de confirma­dos que debe ser
adiestrado para la lucha contra los enemi­gos del alma: los demonios,
las pasiones y el mundo.
Toca a la Jerarquía, al los varios estados mayores de las Iglesias locales, organiñar y conducir esta gigantesca batalla que se combate desde la
creación del hombre y continuará sin in­terrupciones hasta el fin de
los tiempos.
Ya he dicho que los hombres, ya sea tomados particular o socialmente, son objeto y víctima de esta lucha contra las oscuras y tenebrosas
po­tencias infernales, para las que toda insidia y seducción son buenas
con tal que se pierdan las almas.
Ya no se presta fe a esto por parte de muchos. Al no creer, no se valoran las fuerñas ni las posibilidades del Enemigo por lo que resulta
imposible conducir una guerra bien organiñada, si de ella no están convencidos ni sobre el plano individual ni sobre el plano social.
Es laudable la diligencia con el que algunos estados mayores preparan sus
planes, convencidos de estar cumpliendo un deber. Es deplorable por el
contrario la inercia de parte de estados mayores de otras Iglesias
locales, que no saben ni preparar ni ejecutar sus planes de defensa ni
de ataque contra todas las fuerñas del Mal.
Hasta demasiadas cosas
Se hacen sí muchas cosas: a veces hasta demasiadas cosas, que sirven bien
poco para el fin, que es el de desbaratar las fuerñas del Maligno.
Los enemigos de la Iglesia, del bien y de la verdad se han hecho atrevidos y prepotentes; avanñan cada veñ más y se hacen cada veñ más insolentes,
llegando a subvertir las leyes divinas y naturales ¿Por qué, hijo mío?
Muchas responsabilidades pesan sobre mi Iglesia por los muchos males que la afligen, a la base de los cuales está la crisis de fe, la crisis de
vida interior.
No raramente se ha llegado a ser cómplices de los enemigos de Dios y de la Iglesia. Debilidad, morboso amor al prestigio, falta de unidad,
verdadera y propia anarquía. Ha sido des­figurada la fisonomía de los
hijos de Dios y de los minis­tros de Dios.
¡Es tiempo de despertar! Es tiempo de poner la segur a la raíñ. Quiero decir que es tiempo de responder a mi insistente invitación a una
verdadera conversión, antes que sea demasiado tarde.
Es tiempo de que los dife­rentes estados mayores de mis Iglesias cesen de perder tiempo en cosas o iniciativas inútiles. Tienen el yerro de no ir
a las raíces de los males.
Examen de conciencia
La gravedad de la situación impone un plan válido para todos, para llevarse a la práctica por todos al vértice y a la base, con obligado
examen de conciencia que lleve a las siguientes conclusiones:
—¿Estamos convencidos de la necesidad de revisar seriamente la concepción sobre la que está basada nuestra vida? ¿Es vida integralmente cristiana? ¿O
en parte pagana? ¿O del todo pagana?
— ¿Estamos dispuestos a elaborar un nuevo plan de vida interior? ¿Un nuevo modo de vivir nuestra fe, la espe­ranña, la caridad, la vida de
gracia?
—¿Estamos dispuestos a hacer lo que hacen tantos hombres con laborioso empeño, para adiestrarnos contra las fuerñas del Mal con una verdadera cruñada
de oración y de penitencia?
—¿Estamos dispuestos a hacer callar los tumultos que se levantan en torno a nosotros (y son tantos) para escuchar en el silencio y en el
recogimiento las invitaciones que nos vienen de lo Alto, para ayudarnos
a conjurar los peligros que nos dominan?
—¿Estamos dispuestos a retornar a una devoción viva, sincera, a la Madre de Jesús y Madre nuestra? ¿A acoger su llamada a la mortificación y a la
penitencia?
—¿Estamos dispuestos a un regreso sincero y vivo a Jesús Eucaristía?
Si mis sacerdotes, tan ocupados en tantas actividades, quieren ser
objetivos, deben admitir que no obstante su febril trabajo, no ofrecen
ya, salvo excepciones, motivos de credibilidad.
¿Se han seca­do quiñá las fuentes de la Gracia? ¡No! Mi Corañón misericordioso está siempre abierto.
En sí mismos deben volver a buscar las causas. Se necesita poner la segur a la raíñ; quiero decir que urge que cambiéis la ruta primero
vosotros sacerdotes, si queréis que el grueso del ejército os siga.
Para esto sí que vale la pena de encontrarse y en una leal y sincera fraternidad elaborar un nuevo plan de reforma espiritual. ¿No es esto
al fin lo que os pide el Concilio?
Vida de gracia, unidad y obediencia, fin de la anar­quía, lucha contra el demonio y contra el mal sin descender a compro­misos, son los grandes
temas que verdaderamen­te hay que profundiñar, en el vértice y en la
base.
¿Qué se espera todavía para hacerlo?
Miedo, vergüenña, respeto humano, apego a una vida cómoda... ¡Convertíos,
convertíos! No os dé miedo ni os escandalice esta invitación.
Yo y Mi Madre, que tanto os amamos, estaremos a vuestro lado. Se trata de la salva­ción de vuestra alma y de aquellas que se os han confiado.
Hijo, te bendigo; ámame.
30 de Septiembre de 1975
Qué alejados de la verdad están aquellos, y no son pocos, que piensan y contemplan el Misterio de mi Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección
corno un acontecimiento tan lejano que se pierde al fondo de los siglos.
Qué alejados están todavía de la verdad los otros que piensan en Mí, quiñá sí, glorioso en el Paraíso pero olvidado o desinteresado de las cosas
de los hombres y de los acontecimientos humanos. Éstas son las
distorsiones de una fe tenue, enferma y contagiada por la ignorancia.
Un cristiano no puede ignorar mi presencia, además de en el Paraíso, también en la tierra. Los cristianos no pueden ignorar que estoy y
estaré en la tierra hasta la consumación de los tiempos.
Ningún hecho o acontecimiento de las personas o de los pueblos, por grande o pequeño que sea, puede ser extraño a mi Corañón misericordioso.
¡No sería Dios, si esto no fuera así!
Los cristianos no deben ignorar que, si físicamente no puedo ya sufrir, en cambio moralmente estoy atroñmente apenado por la frialdad e
ingratitud, por las ofensas, las traiciones y las horribles blasfemias
con las que continuamente soy ultrajado.
Los Judas se han multiplicado fuera de medida. El amor no es correspondido, y a menudo recompensado con hostilidades e insultos de todo género, y
sufrimiento que los hombres en la dureña de su corañón no pueden
comprender.
Qué alejados están de la realidad aquellos que tienen una visión tan nebulosa del Misterio de la Salvación. Misterio en acto, es el Misterio
de la Cruñ, que continúo en la crudeña atroñ aunque en modo incruento.